Cuando falleció mi abuela, recuerdo que entré al cuarto y le tapé los pies,
tenía la sensación de que sentía frío, hoy sé que lo que sentía frío en ese
momento era mi corazón.
Tantas veces me tocó decir adiós y recuerdo que en cada una de ellas sentí
que se me salía el alma y se me iba detrás de esa persona, no sé si para
acompañar su último recorrido o para intentar detener su vuelo aferrándome al
último latido, a su última mirada.
Hoy el dolor, es una nube de recuerdos que llueve sobre mí.
A veces es lluvia por la que me
gusta caminar lentamente y dejar que me moje, deliciosa llovizna tibia que trae
recuerdos hermosos que se acurrucan en el pecho y lo hacen sonreír.
Otras son temporales que descargan sus rayos en mi corazón y lo acongojan,
malos tiempos que es mejor olvidar para poder encontrar paz, pero que
inevitablemente como parte de la vida vuelven y me recuerdan lo vulnerable que
soy y la impotencia de mi propia humanidad.
¡Qué efímero es el tiempo compartido, como se escurre y según su intensidad
deja o no huellas!
¡Qué feliz mil veces fui con los que despedí alguna vez y aún hoy son
lluvia mansa de primavera en mí!
Mónica Gribaudi.