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viernes, 31 de julio de 2015

Para mis hijos

Quisiera


Quisiera que entiendas pequeño
cuanto se puede lograr
con una palabra dulce en los labios
con una actitud de humildad.

Quisiera que entiendas que al odio
no lo debes cultivar
porque es un sentimiento que llena
al corazón de oscuridad.

Quisiera  que caminaras la vida
orgulloso de ser un humano
y no sientas el sabor amargo
de un mundo que sufre en tus manos.

Quisiera verte sonreír eternamente
que llenes tu vida de sueños
que el amor acaricie tus días
que logres ser muy feliz.

                                                                  

Mónica Gribaudi

viernes, 17 de julio de 2015

El hombre y el perro

El hombre y el perro



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Por el lamparon de soledad que bloquea su visión se traslucen los pasos de una tarde que se diluye lentamente por las calles de la ciudad. El hombre camina lento, como no queriendo llegar nunca a su destino, arrastrando sus pies transpirados de tanto andar en círculos, fumando su último cigarrillo.
Los transeúntes pasan a su lado, lo dejan atrás rápidamente, nadie notó las lágrimas que apenas se sostenían en sus ojos,  ni aquel suspiro que su corazón gritó en el semáforo, nadie le regaló una sonrisa,  ni siquiera yo que caminé por la calle sin mirar los rostros, que escuche las voces de la gente sin oír lo que decían, que roce sus cuerpos en el borbollón y no alcancé a sentir el calor humano.
Miró al perro que transitaba a su costado. El animal apareció de la nada y desde hace tres cuadras atrás que lo viene siguiendo con ese contoneo que tienen los perros cuando mueven el rabo.
Por un rato olvidó su silencio y le habló a aquel ser supuestamente carente de entendimiento, se olvidó incluso de la calle, de la gente, del frío y corrió por la vereda jugando con él como si fuera un niño, cuando retornó a su realidad, el perro lo miraba fijamente, el hombre jura que se reía, los problemas ahora desfilaban por su cabeza pero de una forma diferente, se sentó en el cordón de la vereda, el can se sentó a su lado, mientras acariciaba su pelaje descubrió en torno a su cuello una especie de collar que lo apretaba hecho de alambre, se lo quitó, y fue un alivio para el animal y para él, como si al aflojar aquel alambre, se desprendiera de su propio peso.
-¿Tenes dueño? -le preguntó -¿tenes un hogar, algún lugar para dormir? ¿Estás flaco?, ¿quién te da de comer? A mí nadie me espera en casa...
Se levantó y comenzó a caminar, esta vez la sonrisa invadía su rostro, el perro con sus orejas paradas y moviendo la cola caminaba a su lado.

Mónica Gribaudi